20 de Diciembre de
2014
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Vuelvo a escuchar
la algarabía de nuestro recorrido por cada casa en la que íbamos a pedir
posada, desde el 16 hasta el 24 de diciembre, los villancicos que de memoria
cantábamos, los pasos cuidadosos de quienes llevaban el portalito en hombros
para no tirarlo, luego cuando entrabamos a la casa de quien le tocaba recibir a
los peregrinos el júbilo y el aplauso, luego los rezos, ahí era donde empezaban
las dificultades y las mamás empezaban a repartir pellizcos y coscorrones al
inquieto grupo de ángeles y pastores.
Cuando concluía el
rosario empezaba lo más esperado por los chiquillos, las piñatas, romper la
piñata con el estribillo de “ándale Juana no te dilates con la canasta de los
cacahuates…no quiero oro ni quiero plata yo lo que quiero es quebrar la
piñata…” Las risas, los gritos, los “quítate criatura te van a dar un palazo” Y
es que el que le daba a la estrella de seis picos, todo papel de china
multicolor, traía los ojos vendados y blandía a un lado y otro el palo de
escoba para encontrarla y pegarle con
bríos hasta quebrar el jarro.
Cuando al fin se
rompía el barro caía su preciosa carga de dulces, cañas, cacahuates, naranjas y
mandarinas, sobre ella nos lanzábamos los chiquillos para agarrar los más que
fueran y si habíamos alcanzado alguno de los picos de la piñata, pues mejor,
porque ahí vertíamos el tesoro. Y venía la cena, chalupas, tamales, atole de
guayaba y tamarindo, aguas de horchata y jamaica…Y el remate, los bolos
cargados de DULCES y chocolates, algunas mamás les agregaban chicles “bola”,
ideales para hacer bombas con la boca.
Nueve días duraba
la fiesta, nuestras madres eran incansables, trajinaban todo el día para
preparar el jolgorio vespertino. A las nueve de la noche se terminaba a más
tardar la posada. Tomados de la mano de nuestras madres regresábamos a casa,
roncos de tanto cantar y gritar, yo caía como bendita, eso sí, primero me
quitaba con todo cuidado mis alas de ángel y las colgaba en un gancho especial,
la túnica quedaba hecha un desastre, pero al cabo que mamá la lavaba y lucía
impecable para la tarde-noche siguiente.
Ahora las posadas
son otra cosa. No se parecen a las que tuvimos los niños de mi generación,
bueno, cada generación tiene lo suyo, y cada niño de hoy tendrá en su adultez
remembranzas de lo que le tocó vivir. Ojalá que lo que recuerden no lo asocien
con la violencia que hoy se ha vuelto tan cotidiana, ni con soledades, ni con
ausencia de abrazos y palabras de amor y ternura de sus padres, ni con un
montón de juguetes de los que se aburrían en un santiamén, ni con el ipad, la
computadora o el celular del que estaba prendidos todo el día y por ello no
aprendieron a dialogar de frente, a decir cosas solo con mirarse, a disfrutar
silencios y a soñar despiertos.
Ojalá que no formen
parte de sus memorias ni la simulación ni las mentiras, ni la orfandad de
valores éticos y morales, ni la ausencia de Dios en su corazón. Ojalá que
no…ojalá que su vida siempre esté llena de fe, de esperanza, de generosidad, de
amor por los demás y por si mismos, porque son estos ingredientes los que le
dan sentido a la existencia y enseñan a las personas a ser felices.
Feliz Navidad a
todos.
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