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domingo, 6 de noviembre de 2016

Ser sinvergüenza está de moda

15 de Octubre  2016

Sin duda que la transparencia constituye algo bueno para la política, a pesar de que los ínclitos en el poder se empeñen en empañar cristales y correr cortinas para no dejar a la vista sinvergüenzadas y trapacerías; no obstante, no hay día que no se exhiban en proyección nacional y a todo detalle. La transparencia contribuye a la sanidad de la democracia, aunque esto les importe un bledo a muchos de los que cobran en los cargos públicos, y ni sudan ni se abochornan cuando se embolsan lo que no es suyo. 

La política, cuando se ejerce con pulcritud, genera trasformación positiva de las condiciones de vida de la realidad de millones de personas. Así ocurre en aquellas latitudes en las que se entiende y se practica de esta manera. El Estado como hecho político por antonomasia debe reivindicarse porque se está yendo al traste su objetivo sustantivo, que es generar BIEN PÚBLICO. Dados los eventos que han venido presentándose en nuestro país, cada día se antoja más lejano alcanzar este fin, que más que fin va pareciendo quimera.

Los estándares de moralidad pública andan por los suelos, pero lo más desconsolador es que parece no importarle a casi nadie. Me duele pensar que la sentencia de Marco Tulio Cicerón, el brillante tribuno de la Roma antigua, tenga vigencia en nuestros días, dada la desvergüenza de los políticos y la indiferencia de un pueblo al que ya no parece hacerle mella: “Tal y como son las personalidades en los asuntos públicos así suelen ser los demás ciudadanos”.

Pesan los muchos vicios de un sistema político que debiera estar en decadencia, pero no lo está ni por aproximación. La oligarquía sigue viva en nuestro país porque la complicidad y la marginación, no sólo material sino de intelecto, lo han permitido. Lo único que ha tenido que hacer el régimen es dejar bien claro que todo se puede hacer, siempre y cuando no se metan con su hegemonía.

El sentido de ciudadanía, de jerarquía ciudadana, de dueño de la casa NO HA PERMEADO, la condición de súbdito continúa imponiéndose sobre la de ciudadano. 
La diferencia se explica porque el súbdito está acostumbrado a la genuflexión perenne a cambio de la dádiva miserable con que lo mantienen asido. El ciudadano se sabe sujeto de derechos y deberes. Y de ahí su vocación intrínseca de participar en los asuntos de su comunidad, de tomar decisiones y fijar prácticas que conlleven a la convivencia civilizada, pero aquí eso casi no ocurre.

En México, la corrupción es un cáncer extendido y lo sabemos. Sabemos de las corruptelas de todo tamaño, del mal uso del dinero y de los bienes públicos, de los “moches” que se han convertido en algo cotidiano, de la mordida, de las partidas que no se ejercen y se diluyen en la “nada” del solapamiento, de los “lavados de dinero”, de los enriquecimientos millonarios de la noche a la mañana, del despilfarro y los gastos suntuosos… ¿Y qué? Hay una ristra de conductas vergonzosas de la clase política que a la gente ya le parecen “normales”, aunque de eso no tengan nada.

Hacernos de un bagaje cívico moral no es asunto de leyes solamente, sino de que la mayoría estemos convencidos de que se requiere el ejercicio de prácticas colectivas de ética pública. Renegamos entre cuatro paredes de los malandros que a lo único que llegan al puesto es a robar, a robar a manos llenas y en la absoluta impunidad… ¿qué ganamos con eso? A la hora de ir a votar no pesa en el ánimo ni en la voluntad la corrupción de la que renegamos. En Coahuila, el PRI sigue ganando elecciones, lo que sucedió en la administración de Humberto Moreira no tiene nombre y aunque la corrupción pesa en el descrédito generalizado que arrastra su sexenio, no alcanzó para que la población se sintiera ultrajada y decidiera, DESTACO, cobrar en las urnas el agravio. Hoy, el escándalo de las empresas fantasmas a las que la administración estatal pagó cantidades millonarias tampoco tendrá consecuencias… ¿Sabe por qué? Porque  aquí no hay división de poderes, el sometimiento al Ejecutivo es absoluto.

No nos es exclusiva la debacle, también Veracruz padece. El cinismo de Javier Duarte exhibido sin sonrojo alguno esta semana, sus declaraciones en las que manifiesta ser más puro que la Inmaculada… ¡Qué forma de insultar la inteligencia! No me ciego con Guillermo Padrés, si dispuso de lo ajeno, si se atrevió a burlarse de la confianza que le dieron sus coterráneos, que pague sus delitos. El día que la ley se imponga sin miramientos y su aplicación deje de ser discrecional, sin duda que iniciará un proceso de cambio real, no el de pacotilla que a cual más ofrece durante las campañas electorales.

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