Por Esther Quintana Salinas
En México ‘todo es posible’,
se dice en tono de burla, pues sí, todo
La vergüenza es una sensación de ridículo y
desnudez psicológica o moral, un sentimiento desagradable y humillante, que
provoca remordimiento de conciencia y miedo a perder el aprecio y el respeto de
los demás. La vergüenza constituye un importante regulador del comportamiento
social, un freno contra la deshonestidad y un indicador de calidad humana.
Actuar con vergüenza y decoro siempre dignifica y ennoblece a las personas,
caso contrario, hace a la gente indigna y despreciable.
Por el contrario, los sinvergüenzas carecen de
conciencia, no experimentan culpa ni arrepentimiento, ni el menor respeto por
los sentimientos y los derechos de los demás; son capaces de disfrutar y
experimentar un gran placer haciendo cosas que a los demás les parecen
despreciables. Por lo general, dicen los estudiosos de estas conductas, que son
individuos cínicos y crueles. Agregan que muchos de ellos provienen de una
familia disfuncional o destruida donde han sido víctimas de abandono, rechazo,
maltrato y profundas frustraciones afectivas y materiales.
También son mentirosos, aprovechados y
manipuladores, lo que permite a muchos de ellos alcanzar altas posiciones en
diversos ámbitos del quehacer humano. Son personas con una acusada falta de
integridad, muy capaces de cometer cualquier inmoralidad o acto ilícito en
provecho propio con el mayor descaro o disimulando su fechoría.
Los ha habido en todas las épocas y en todos los
tiempos. Hoy día constituyen una verdadera plaga. Entre la clase política hay
todo un abanico de especímenes. En nuestro país, son intocables. En lo que va
de este sexenio ya algunos de esos pillastres van siendo declarados limpios y
puros como la Inmaculada, falta nada más que se les rinda homenaje y se les
pidan disculpas públicas. El denominador común de las liberaciones ordenadas
por la autoridad jurisdiccional obedece a que el ministerio público ha venido
demostrando una incapacidad consuetudinaria en el cuidado del “debido proceso”,
lo que violenta las garantías de los ínclitos y entonces hay que soltarlos. Con
la Cassez se inauguraron las liberaciones. Qué pena que las garantías de las
víctimas no tengan el mismo peso.
Soltar a estas “pobres víctimas” se va
convirtiendo en marca registrada de la administración peñista. Y están abriendo
la jaula a todo género de pajarracos. Al hermano del innombrable hasta le están
devolviendo su fortuna “bien habida”. A Caro Quintero le tocó esta semana, ahí
la ineptitud de la propia autoridad judicial benefició al susodicho. Dice mi
amiga Laurita, que la esperanza que le queda es que los gringos le estén
poniendo infierno al Gobierno Federal, para que se los manden a Estados Unidos.
Total que están soltando a puras finísimas personas.
Los únicos que van a quedar en chirona son los
que no tienen, como diría mi madre, “ni para hacer rezar un ciego”. Con esos la
justicia si es implacable.
No entraña secreto alguno que la impartición de
justicia en este país nuestro sea a modo. El Dr. René Jiménez Ornelas, maestro
investigador de la UNAM, en su estudio “La cifra negra de la delincuencia en
México”, expresa en relación con el problema de la seguridad pública, que entre
otros factores, causantes del delito, es necesario: “Revertir la franca
desconfianza hacia las instituciones, los programas y los responsables de la
seguridad pública, así como abatir la creciente presencia del crimen organizado
en las diferentes esferas del poder y de la delincuencia”.
El tráfico de influencias, la riqueza, la
ocupación de cargos públicos y el acceso a movimientos mediáticos, son típicos
de quienes resultan favorecidos por un aparato de justicia deficiente como el
mexicano. ¿Cómo se abate entonces la desconfianza en el sistema entero?
En México “todo es posible”, se dice en tono de burla, pues sí, todo. Y
bueno, de los de casa ni hablamos, los que perpetraron el robo en Coahuila
andan sueltos y al chivo expiatorio lo acaban de exonerar también. La culpa de
todo la tiene… ¿Quién?...Como si sirviera de algo repartir las culpas…
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