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martes, 22 de agosto de 2017

Otra raya más al tigre

Se debe controlar la corrupción con sistemas legales autónomos para contener los males que aquejan a la sociedad coahuilense
 
El mundo en el que hoy vivimos va pintándose en el día a día de todo cuanto debiera no ser parte del mismo, porque simple y sencillamente no tienen nada de edificante: violencia, delincuencia, pobreza, marginación, drogadicción… entre otras “perlas”. La equidad, la justicia, la solidaridad, el espíritu de convivencia, la bondad… se las están viendo negras para sobrevivir, pareciera que los humanos nos empeñamos en reducirlas al mínimo. Las “perlas” mencionadas tienen que ser combatidas por los regímenes democráticos a través de instrumentos legales y organismos ad hoc para generar una barrera que las contenga. Así, además de los tres poderes tradicionales de los que se vale el Estado para gobernar, también crea mecanismos autónomos para cumplimentar su tarea, verbi gratia, auditorías, ombudsman, institutos electorales, contralorías, promoción de la participación ciudadana, de los voluntariados, etcétera.

La corrupción avanza en sentido contrario. Es el compendio de todo cuanto daña y pudre a una sociedad, es la expresión de la mezquindad, del egoísmo, de las prebendas, de las raterías y sinvergüenzadas de los gobernantes y sus cómplices, de la explotación de la pobreza, del reparto de beneficios inmorales e inmerecidos derivados de posiciones privilegiadas en el cargo público, que resultan absolutamente ofensivas a cualquier idea que se tenga de salvaguarda pública, toda vez que sobre ésta se construye la democracia.
En regímenes como el que impera en Coahuila, la manipulación y el engaño son instrumentos comunes y corrientes para mantener de rodillas a los más pobres, explotan su escasez, la usan desde tiempos inmemoriales para mantenerse en el poder. Los carentes de escrúpulos llevan la delantera en esta carrera de canibalismo extremo, hay quienes ven la vida política y los cargos públicos como una oportunidad más para hacer negocios,  ellos, toda su parentela y sus cuates, aprovechando la posición y la impunidad que los cobija. Los corruptos son hábiles para cubrir sus inmundicias, crean sistemas anticorrupción verbi gratia, como el que acaba de ser aprobado por la mayoría priísta esta semana en el Congreso local. La corrupción es altamente contagiosa, envuelve, enreda; pocos, pero muy pocos escapan a su contaminación. Los que evaden sus tentáculos no son seductores… ni son populares, de pend… no los bajan un centímetro.

La corrupción es seductora,  promete recompensas inmerecidas, es más, las produce. Si no se le ataja –como ha sucedido en Coahuila– se extiende, se multiplica, se intensifica y se sistematiza, se vuelve regla. Aquí en Coahuila ya estamos en ese punto. Quien no lo quiera ver, es por eso, porque no lo quiere ver. El interés público ha sido substituido por los intereses particulares de una familia y su corte de incondicionales y cómplices. Aquí al Estado de derecho se lo cargó el payaso. 

Permítame enlistarle algunos de los males que engendra la corrupción:

Conlleva pérdida de la autoridad moral, debilita la eficiencia y la eficacia de las acciones de Gobierno, acrecienta las oportunidades para la delincuencia organizada y para los abusos de la policía, le suma cargas al contribuyente y es devastador su impacto en los más pobres. Favorece a los pillos y daña a quienes sí respetan la ley. Implica el desarrollo de obras públicas que no se requieren, se usa para financiar contratos impronunciables o para reponer recursos de los que se dispuso en lo oscuro… Puras cosas lindas, ¿verdad? 


En su ensayo, “Toward a General Theory of Official Corruption”, Gerald Caiden expresa que si la corrupción oficial no se controla, se convierte en una “debilidad del Estado que incluye todo tipo de indisciplina social, que obstaculiza la efectividad del Gobierno y obstruye el desarrollo nacional. Esto conduce a una sociedad en la cual muy poco funciona (como debiera), aumenta el malestar social y donde se recurre a la represión para evitar el colapso total. Es más, conduce a un cinismo generalizado que engendra la desesperanza”.

“¡Qué lástima –como expresaba León Felipe en su precioso poema– que yo no pueda contar con una voz engolada esas brillantes romanzas a la gloria de la patria…” Mi querida y noble patria chica está en manos… ¿en manos?... bueno… de gobernantes que les importa un bledo el bien común. Pobre Coahuila…

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