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martes, 22 de agosto de 2017

¿Fin de una era…?

Hubo tiempos en que tener una casa propia, ahorros en el banco y casarse constituía el sueño de muchos jóvenes, hoy son otras las prioridades
 
Las críticas se han convertido en el pan de cada día. Y no tengo nada en contra de la crítica, es muy buena cuando es constructiva, porque criticar por criticar, sin argumentos, pero sí con un montón de infundios y denostaciones, como suelen hacerlo hoy en día quienes están peleados con la ética, pues verdaderamente es estéril. La energía y el tiempo que se gastan en discusiones frívolas son absolutamente intrascendentes, a más de que desvían la atención de lo verdaderamente importante. Criticar sin aportar soluciones es consumir energía innecesariamente. Todos los días suceden cosas fundamentales en el mundo, que van desde el barrunto en el espacio político, hasta los avances deslumbrantes del mundo de la ciencia, pero, infortunadamente, lo que cobra la atención de la mayoría de las personas es cómo quedó el partido de futbol entre A y B, las excentricidades de la estrella de cine en boga, o el vestido que llevaba fulanita en la fiesta de quién sabe quién… 

Y no tengo nada en contra de quienes así priorizan, es muy explicable, la gente se identifica más con su cotidianidad. Además eso no les produce dolores de cabeza ni les angustia la vida, sino todo lo contrario. Pero esta manera tan “ligera” de vivir nos ha ido causando serios problemas en el seno de la comunidad de la que somos parte. Nuestra ligereza ha permitido que el abismo entre los muchos que tienen muy poco o nada, expertos en supervivencia, se ensanche cada día más, también, que la carga de la clase política corrupta se vuelva más pesada. Nos hemos acostumbrado a ver cómo una gavilla de políticos corporativistas manipulan a sus anchas sobre la geografía de Coahuila, destilando en sus discursos trasnochados todo un tufo de intolerancia, de resentimiento, de coraje hacia quienes tienen una visión distinta de lo que debe ser el ejercicio del poder público, y ojalá fueran nada más arengas sus acciones, sus acciones son dignas de cuanto anida en su naturaleza… bueno, cada quién es lo que es. Pero lo más preocupante es la mansedumbre de las personas que asisten al triste espectáculo de la decadencia del sistema. No se inmutan. 

Hay muchos jóvenes mirando el desmoronamiento, pero no les dice nada. No hay historia atrás que les permita hacer el comparativo entre su presente y el pasado de sus ascendientes, es decir sus padres… ya de sus abuelos ni hablamos. Están más lejos que Plutón del sol. Hubo tiempos en que tener una casa propia, ahorros en el banco y casarse constituía el sueño de muchos jóvenes. Para lograr esto había que estudiar, a los clasemedieros como yo solían decirnos nuestros padres: “A ver, entérate, no hay dinero que heredarte, tu herencia es la carrera que te estamos pagando, de modo que a lo tuyo, tú sabes si estudias o te aguantas a lo que te toque…”. Y no había que tirarlo en saco roto. Pertenezco a una generación en la que la formación en valores tenía un peso específico en nuestras actitudes y conducta. No era mal visto que te pusieran un “estate quieto” cuando te salías del huacal. Mi Rosario era experta en esos menesteres, y como se lo he compartido antes, estimado leyente, le agradezco en el alma la forja en la que me hizo. Hoy asistimos al final de una era, de una basada en el acopio de cosas, de un patrimonio, de un ahorro que te permitía, según los cánones del ayer, esperar el futuro sin estar con el Jesús en la boca. Todo está pasado de moda, lo de hoy es otra cosa. La realidad parece empeñada en mostrar que los títulos académicos y los posgrados y los currículos laborales impresionantes se han convertido en lastre, en lugar de motor con tecnología de punta para alcanzar mejores niveles de vida…

Estuvo conmigo esta semana una queridísima exalumna y me decía que su problema más fuerte para encontrar empleo eran precisamente su preparación de primera y su rica trayectoria laboral. Y tenemos al Estado…, una institución que todos los días exhibe su incapacidad para gobernar y su desvergüenza de disponer de los recursos públicos, arropada en la impunidad. 

Pues mire usted, generoso leyente, me quedo con mis costumbres arcaicas, como son el ahorro y los valores con los que fui educada por mi madre. Adoro tener una casa desde hace muchos años, por cuanto nos significa y representa a mi marido y a mí. Seguiré invitando a los niños y jóvenes a que sigan estudiando y preparándose, México los necesita para ser el País número uno. También permaneceré trabajando desde mi trinchera a favor de mi comunidad. Si ser mala política significa que jamás me he embolsado dinero del erario público ni he pedido “moches” a cambio de atraer recursos para mi municipio ni he recibido bonos ni he hecho tratos en lo oscuro para beneficiarme, o beneficiar a mis parientes y/o amigos, y gozo, así: gozo servirle a los demás desde el ámbito público, pues soy malísima. También comunico que seguiré haciendo uso de todos los instrumentos legales que existen para combatir una elección manchada por la corrupción. Es asunto de principios, no de obsesión por el cargo. No me pienso jubilar, gozo de espléndida salud, por Dios y por genética. Y Coahuila también es mi tierra, carísima a mi corazón.

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