9
Mayo 2015
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La
celebración es antiquísima. Egipcios, romanos y griegos, ya la tenían, con
diferente connotación, pero al final del día era en honor de la maternidad, de
la “gran fuerza fecundadora de la naturaleza”. En Europa, el primer antecedente
data del siglo 17, con una vertiente más humana y similar a la actual. Era el
cuarto domingo de Cuaresma, destinado a honrar con flores a la “Iglesia Madre”.
Fue en 1600 cuando por decreto se les dio el día libre a los trabajadores para
reunirse con sus familiares y celebrar el Día de la Maternidad.
En
nuestro país se festejó por primera vez en 1911, pero sería hasta 1922 por
iniciativa de Rafael Alducín, director del periódico Excélsior, seguramente
influenciado por José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación, que quedó
institucionalizado. Al margen del carácter comercial que le han impuesto a la
fecha, sin duda alguna que es cara a nuestro corazón.
Yo
adoro hablar de mi madre. Rosario, no obstante que se fue físicamente hace casi
cuatro años, está más viva que nunca, no solo en mi corazón, sino en la
cotidianeidad de mi existencia. Y le comparto algo, recordarla no me produce
dolor, sino alegría, y además era tan ocurrente e ingeniosa, que acabo riéndome
hasta las lágrimas cuando hago memoria de sus andanzas.
Rosario,
jamás fue mi amiga, ni pretendió serlo, siempre fue mi MADRE, así, con letras
mayúsculas, y con esa grandiosa investidura me parió, me crio, me cuidó, me
amó, me protegió, me educó, me dio los cintarazos que me gané a pulso con mi
carácter rebelde y mi talante explosivo, me moldeó el modito, me inculcó
principios, me hablaba espeso y contundente cuando me quería salir del huacal,
sobre todo en los años altaneros de mi adolescencia.
Nunca
me cumplió caprichos y miren que fui su única hija, y le agradezco en el alma
porque eso me enseñó a no sobredimensionar ni cosas, ni hechos, y a ser feliz
con lo que hay. Acicateó mi carácter para que nunca me diera por vencida y para
que aprendiera a depender de mis fuerzas interiores. Nunca fue ni dulce, ni
suave, no tuvo quien la enseñara a serlo, Rosario quedó huérfana a los 7 años
de edad, de modo que desarrolló una coraza muy gruesa para protegerse del rigor
de la vida que le tocó vivir.
Me
dio cátedra de perseverancia, de fe en Dios y en sí misma. Su reciedumbre, su
fuerza de voluntad inquebrantable, su frontalidad para encarar personas y
hechos, nunca dejaron de asombrarme. Jamás la escuché decir que estaba
aburrida, no tenía tiempo para esos “lujos”. Hubo ocasiones en que la vi
agobiada por el cansancio, pero su autodisciplina la mantenía en pie, y sabrá
Dios de dónde sacaba fuerzas de flaqueza para concluir cuanto se echaba a
cuestas. Tenía por regla acabar lo que empezaba, topara en lo que topara.
Mi
mamá no sabía decir te amo, pero siempre supe que yo era lo más querido a su
corazón y lo más importante en su vida, con sus hechos me lo expresaba todos
los días. No le gustaba dar besos, ni que la besaran, pero yo como quiera la
abrazaba y le daba muchos, y no le quedaba de otra más que aguantarse, yo creo
que una de mis nietas salió a ella, pero también se rinde, baja sus bracitos y
me deja que la apriete contra mi corazón.
Mañana
es 10 de mayo, y compartir con usted estos recuerdos, que en el alma agradezco
que lea, es una manera de abrazar a mi madre, y decirle cuanto la amo, la
quiero, la respeto y la admiro. Celebre a la suya, abrásela, procúrela,
disponga siempre de un espacio para estar con ella.
Muchas
felicidades mamás, a todas. Dios las guarde siempre.
Celebre
a la suya, abrásela, procúrela, disponga siempre de un espacio para estar con
ella
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