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domingo, 7 de mayo de 2017

Una lección de amor siempre vigente

Son momentos para recordar que el amor, la humildad y el perdón hacia nuestros semejantes no deben tener límites"
 
Es un tiempo precioso para el receso de lo cotidiano, para dejar un rato lo de todos los días y volver la vista al interior y fortalecernos espiritualmente, para unirnos en el amor y la fe en Dios, para reencontrarnos y para abrazar a lo más preciado que tenemos, que es nuestra familia.

Para quienes profesamos la fe católica, son momentos para recordar la muerte y la resurrección de Jesús, el divino nazareno que quiso ser hombre para entender al hombre y entonces amarlo y comprenderlo en toda la magnitud de su condición humana. Son momentos para recordar que el amor, la humildad y el perdón hacia nuestros semejantes no deben tener límites. El rabino de Galilea nos dio cátedra al respecto.

Que estos días santos en los que se conmemora la pasión y muerte del Hijo de Dios, lo dejemos entrar en nuestro corazón para que salga todo lo que nos dificulta crecer como personas, para limpiar cuanto nos provoca comportarnos con mezquindad y sin amor al prójimo, para darle una estrujada al ego y permitirle a la humildad que impere, para ponerle un alto a la avaricia, a la desmesura del querer sin rienda que nos convierte en esclavos de lo perecedero, de lo que nunca colma. 


Dejemos que el ejemplo del Maestro nos lleve a entender que el amar sin medida es un bálsamo y que servir al más débil llena el alma.

Es un momento mágico para pensar y reflexionar sobre el pasado, sobre el hoy y sobre el mañana de nuestra existencia y en la de nuestro esposo o esposa, en la de nuestros hijos, en la de la sociedad a la que pertenecemos, para redireccionar lo que se amerite, para dejar atrás lo que no sirva y para construir lo que haga falta. Es tiempo de renovación de nuestra fe, de esa luz interior que no debemos permitir que languidezca y también de reconciliación con todos nuestros hermanos y de entierro de discordias y confrontaciones.
Es fecha para hacer reconsideraciones, revisión de nuestra vida e ir por los equilibrios que le dan el justo curso a cuanto hacemos. Es nuestro tiempo con Dios, no perdamos la oportunidad de encontrarnos con Él.

El materialismo de hoy, el consumismo rabioso que caracteriza estos tiempos en los que lo superfluo se ha impuesto a lo profundo, nos ha conducido al menosprecio de los valores, esto nos va dejando en la orfandad, por eso hay tanta soledad en los corazones. Y es que disociar la fe de la vida, hace que al hombre se le olvide que no sólo de pan se vive. La lucha entre el ser y el tener ha empoderado a la insolidaridad, por eso cada día hay más murallas y menos puentes entre nosotros. El no querer compartir ensancha las inequidades y las injusticias. Y a la larga se crea un profundo vacío interior y eso nos desintegra como humanos, nos come la divinidad que Dios puso en nosotros cuando su magnanimidad nos hizo a su imagen y semejanza.


Amigos todos, estamos en un tiempo de gracia para hacer un alto en el camino y preguntarnos qué estamos haciendo con nuestra vida, evaluar nuestras acciones, calificar nuestros hechos y cuestionarnos sin ambages si vamos bien o ajustamos. Seamos católicos o no, estos días de la Semana Mayor nos dan oportunidad para el análisis y las recapitulaciones donde hagan falta.

La reflexión es un asunto sustantivo del que no debemos privarnos. Debemos practicarla. Todos estamos llamados a profundizar en nosotros mismos, para conocernos integralmente, para descubrir nuestras virtudes y sanear nuestras flaquezas. Tenemos que empeñarnos en darle sentido a nuestra vida, en esforzarnos por colmarla de valores y virtudes, porque es este bagaje el que la vuelve luminosa y entrañable, y nos permite no sólo ser felices, sino también hacer felices a las personas que están a nuestro derredor. Esta hermosa y periódica “reingeniería espiritual” nos conduce a ver el mundo desde otra perspectiva, desde la esperanza de que es posible cambiar lo que no es justo ni equitativo, lo que atropella y discrimina y causa mucho dolor, porque fortalece nuestras convicciones y saca lo mejor de nosotros mismos, y entonces ayudar a otros se vuelve ligero y ya no pesa.
Les abrazo a todos, con el corazón.

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