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domingo, 12 de marzo de 2017

Ni dioses, ni bestias…

Los estudiosos del tema consideran que hay cuatro condiciones fundamentales para que exista participación ciudadana en un régimen democrático: el respeto de las garantías individuales, canales institucionales y marco jurídico ad hoc, información correspondiente y confianza de la población hacia las instituciones democráticas. Se ha vuelto rutinario en las arengas de los políticos mexicanos convocar a la participación ciudadana, subrayan la relevancia y la necesidad que ésta  tiene para el fortalecimiento de nuestra democracia. Pero tristemente esa convocatoria no levanta voluntades. En nuestros días, los llamados de los políticos, por lo general, ni mueven y mucho menos conmueven a los destinatarios del discurso. Y se explica: el repudio a la clase política es mayúsculo.

Pero también y hay que decirlo, la circunstancia del rechazo se explica en mucho en la ausencia de participación de la población en los asuntos públicos, en esos que nos atañen a todos porque vivimos en el mismo espacio territorial. Pero como la participación cívica no forma parte de nuestra educación y mucho menos de nuestra formación, aunque así lo disponga el artículo 3º Constitucional, he aquí lo que tenemos. La democracia, dice el precepto citado, que más que una forma de Gobierno, debe entenderse como una forma de vida, pero nadie se ha encargado de explicarle al pueblo de México qué diantres significa eso. El pueblo ignora que la democracia es una forma de organización social cuya titularidad le corresponde, pero para que la ejerza tiene que tomar parte en los asuntos públicos; y en la medida que su injerencia sea mayor, mayor será el control que tenga sobre sus gobernantes y, por ende, en las decisiones que éstos tomen; que al tener este control, tendrán que favorecerle y no arruinarle la existencia, como ha venido ocurriendo desde hace muchas décadas.

La democracia directa les sirve a los pueblos para tomar decisiones y llegar a acuerdos; la representativa, para conformar los órganos de Gobierno y elegir a quienes quieren para gobernantes; la deliberativa es el mejor instrumento para hacerse escuchar en la toma de decisiones públicas; y la participativa, para concurrir con el Gobierno en la elaboración y evaluación de las políticas públicas. En consecuencia, trátese del tipo de democracia que sea, la realidad es que se necesita la participación ciudadana para que el Gobierno tenga razón de ser Gobierno y se convierta verdaderamente en Gobierno del pueblo, no en verdugo del mismo.

Los índices de votación son vergonzonzamente bajos, pero son retrato fiel de nuestra indolencia, de nuestra apatía, de nuestra indiferencia, de nuestra falta abrumadora de solidaridad, de nuestro desdén por lo propio, porque vivimos en ese  espacio en el que nos gobiernan personas a las que les importa su bienestar, no el de sus representados… y no obstante saberlo, padecerlo, sentirlo, vivirlo… no hacemos nada para cambiarlo, hemos perdido hasta nuestra capacidad de indignarnos. Y hay quienes votan, pero estiman que hasta ahí llega su deber ciudadano, falta el número dos. Una vez electos, es necesario, como el aire que respiramos, vigilar su actuación, estar al tanto de cómo ejercen los recursos puestos solamente en sus manos para ser administrados, porque no son suyos. Con esa supervisión impediríamos que los manejen a su conveniencia, y con ello se evitarían corrupciones, fraudes, “moches”, sobornos, componendas y toda laya de prácticas indecentes, deshonestas, con las que han mandado a paseo el desarrollo social, económico, cultural, político, de la población.

Los seres humanos somos por naturaleza gregarios. El término viene del latín gregar?us. Esto significa que se sigue una tendencia a agruparse, o también a ser parte de un grupo para poder sentirse bien. Decía Aristóteles que los únicos que no necesitan de otros para realizarse son los dioses y las bestias, asimismo, apuntaba que el mejor espacio para que un ser humano se desarrolle a plenitud es la comunidad. Y tenía razón. Ahí se genera nuestro sentido de pertenencia, ahí caemos en cuenta que necesitamos de los demás y los demás de nosotros, ahí nos enteramos de que hay talentos que no tenemos, pero hay quienes sí los poseen y entonces nace la complementación. Tenemos que recuperar nuestra naturaleza gregaria, tenemos que traer de nueva cuenta los principios y los valores que aprendimos en casa para fortalecer el espíritu. Tenemos que devolvernos la capacidad de indignarnos con aquello que daña a la comunidad de la que nosotros somos parte, porque también nos daña a nosotros. Tenemos que hacernos cargo de cuanto se ha venido generando desde el momento en que decidimos que la ética y la moral son estorbo en nuestras vidas, y es con esos parámetros tan denigrantes como estamos formando a las nuevas generaciones.

Si no nos gusta el estado de cosas en el que vivimos, el tipo de sinvergüenzas que nos están gobernando, tenemos que reaccionar. No es asunto de leyes tener gobernantes comprometidos y honestos, depende de nosotros, la ley coadyuva, establece requisitos, pero está visto que no han sido suficientes, lo que se requiere es que cobremos conciencia de nuestra responsabilidad en el asunto, y asumamos que los dueños de la casa no son los partidos políticos ni los gobiernos en turno ni los legisladores ni los jueces, sino los mexicanos; o sea, nosotros. Y que participar en los asuntos públicos es obligación si amamos nuestro País.

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