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domingo, 12 de marzo de 2017

La importancia de los hombres buenos

En la Grecia antigua, cuna de la filosofía del mundo occidental, se cuestionaban: ¿qué era mejor: el gobierno de los hombres o el de las leyes? Y respondían que las leyes son buenas cuando proveen beneficio a sus destinatarios, siempre y cuando éstos las respeten y las observen, pero que como ya se sabía que solían no respetarlas, era mejor contar con hombres buenos, toda vez que éstos, además de actuar correctamente en cada uno de sus actos, también respetaban la ley. Los helenos llamaban “hombres ley” a las personas que eran reconocidas por su probidad y decoro. En el ámbito público de nuestros días no abundan los “hombres ley”, sino todo lo contrario. Hoy y desde hace largo tiempo, el deporte favorito es pasarse las leyes por debajo de las extremidades inferiores y “arreglar” para que no suceda nada. ¿O no?

Esta ausencia es, precisamente, una de las causas que ha traído consigo la desconfianza en todo lo que se refiere a política, políticos, Gobierno, autoridad, por parte de la ciudadanía; esta orfandad de principios y valores éticos en los hombres en el poder es la que ha generado que la corrupción y la impunidad tengan infestadas las instituciones del Estado, y, por ende, no se logran los objetivos y las metas institucionales. Es urgente e insoslayable que al poder lleguen personas con conciencia, imbuidos de valores éticos. La ética y la política no son antagónicas. Cuando la ética forma parte de la filosofía de los gobernantes, se convierte en el mejor instrumento para el autocontrol, porque los compele a usar correctamente la razón en beneficio de la comunidad, no en el suyo. La politóloga española Adela Cortina apunta que: “El interés del Estado no puede depender de las pasiones del príncipe, ni siquiera de su deseo de ser malo o bueno, sino que exige un profundo autocontrol”.

Aquel Gobierno que pretenda ofrecer una administración eficiente debe conformarse con personas íntegras. En esto, la ética tiene un rol sine qua non porque la selección de los perfiles, partiendo de ella, demanda servidores públicos que cumplan con sus deberes bien y con responsabilidad. Apuntaba Confucio que: “Lo más aborrecible es que se gobierne olvidando el bienestar de la gente”. Hay quienes llegan al poder con la finalidad única de servirse, de hacerse de fortuna hasta la consumación de los siglos para ellos y toda su descendencia ¿Cómo? Como lo hacen todos los rateros, vividores y sinvergüenzas, apropiándose del dinero ajeno, del dinero público. Otra vez cito a Confucio: “Cuando los gobernantes nada más buscan el incremento de su fortuna personal, se verán acompañados de gentes perversas, las cuales se disfrazarán de ministros justos, y el reino estará dirigido por hombres depravados”. Ésta ha sido la historia de la humanidad. Confucio fue un hombre que vivió 479 años antes de Cristo.

No hay disciplina más desacreditada que la política. ¿Sabe por qué? Porque han participado en ella personas que carecen de formación ética, estos filibusteros sin patria ni “matria” la han convertido en una suerte de pasarela por la que desfila toda la ristra de indecentes que no tienen ni el más mínimo respeto a la investidura que se les otorgó en las urnas. El cinismo de esta laya de individuos no tiene parangón, y tampoco el servilismo de quienes los hacen fuertes. En Coahuila sabemos de eso.

A la vera de Humberto Moreira se hicieron muchos de fortuna, él primero que todos. Político que de la administración sale rico, no tiene pierde, es ratero. La paga en los cargos públicos es buena, pero nunca para hacerte  millonario. No hablo de oídas. Todo el escándalo de corrupción que arrastra su administración no le ha hecho mella ni en el bolsillo ni en el talante, tan es así que hoy pretende volver a la vida pública –se necesita tener cara no de vaqueta, sino de piedra para atreverse a semejante despropósito–, según lo han ventilado los medios. ¿Cómo alguien tan desacreditado, con lastres tan infamantes, aspira a regresar a un cargo público? Qué desmesura en su cinismo y sobre todo en su falta de respeto a los coahuilenses. A este nivel de descaro se llega cuando a los cargos de autoridad pública llegan personas incapaces de dominar sus impulsos. Son entes absolutamente amorales. Escribía Aristóteles que este tipo de individuos siempre son malos gobernantes, su perversión es el resultado de la ausencia de ética en su conducta.

Marco Tulio Cicerón, el insigne tribuno de la Roma Republicana, expresaba que cuatro virtudes deberían acompañar siempre al gobernante: “sabiduría, justicia, fortaleza y templanza” para estar preparado para la acción. Ninguna de las cuatro –y de ello ha dejado infausta prueba– posee el exgobernador de Coahuila. Humberto Moreira es sinónimo de todo cuanto un político no debe ser, ni hacer. Coahuila necesita la alternancia. Son demasiados años de dictadura disfrazada con elecciones periódicas, son décadas sin tener ni el más pálido viso de división de poderes, son más de 80 años de democracia simulada y los últimos ya pesan como lápida.

Posdata

Y a todo aquel candidato que en su momento le diga que va a llevar a Humberto Moreira a la cárcel si gana la gubernatura, no le crea, la Ley de Deuda Pública fue reformada por la bancada priísta de la 58 Legislatura para dejar a salvo a Humberto Moreira del brazo de la ley.

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