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domingo, 12 de marzo de 2017

México/EU

El 14 de diciembre de 1859 firmaba nuestro canciller mexicano de la época juarista, don Melchor Ocampo, con el representante del Gobierno norteamericano, Robert Milligan McLane, un Tratado por el que se otorgaba a perpetuidad a los Estados Unidos el derecho de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, de Matamoros a Mazatlán, y de Nogales a Guaymas; así como autorización para utilizar la fuerzas armadas de México, generar rutas estrictamente para el uso de militares, dar inicio al libre comercio con Estados Unidos, claro, sólo para ciertos productos y otras prerrogativas que excluían a los europeos del control del paso interoceánico. ¿Calibra usted, estimado lector, lectora, el tamaño de semejante acuerdo?

¿Por qué el Gobierno juarista tomó esa decisión? Desde la perspectiva del “Benemérito”, el País necesitaba reconocimiento internacional y recursos, además Melchor Ocampo veía en Estados Unidos a la futura potencia y estaba convencido de que sólo con su apoyo nuestro agobiado País podría sobrevivir, de modo que darles a los vecinos lo que querían con tal de no convertir al País de nueva cuenta en colonia o en un protectorado de Francia, llevó a Juárez a acceder. Por otro lado, ya Santa Anna en 1853 había acordado darles el paso por el Istmo de Tehuantepec, y fue precisamente esto lo que  alegaron los americanos para que se signara el acuerdo.

El expansionismo norteamericano estaba en su punto y obtener ese paso les representaba una ruta por mar más corta para competir con Francia e Inglaterra y extender su dominio comercial hasta Japón y vecinos asiáticos. Ya habían intentado hacer este acuerdo con el Tratado de Guadalupe Hidalgo que no prosperó. 

En nuestro País la lucha entre liberales y conservadores era verdaderamente encarnizada, y los dos bandos pugnaban por aliados para consolidarse. La diferencia estriba en que el grupo conservador quería alianzas con los europeos, particularmente con Inglaterra, Francia y España, les echaban en cara a sus adversarios que era inadmisible consensar con un país que apenas en 1848 nos había agraviado. Perdimos el 50 por ciento de nuestro territorio, Santa Anna de triste memoria lo entregó a los Estados Unidos. Los gringos entraron hasta la misma capital de la República e izaron la bandera de las barras y las estrellas en Palacio Nacional.

Los liberales defendían la firma el Tratado McLane-Ocampo alegando que jurídicamente nuestro País no perdía sus derechos por la autorización de los pasos, que las concesiones que se otorgaban soberanamente podían cancelarse y que el término perpetuidad no significaba eterna, sino indeterminada; además puntualizaban que el Tratado podría invalidarse toda vez que Juárez lo había otorgado haciendo uso de sus facultades extraordinarias, pero sin la ratificación del Congreso. La Doctora en Historia Patricia Galeana escribe al respecto que: “La habilidad negociadora de Ocampo consistió, primero, en dejar creer al agente especial William Churchwell que estaba dispuesto a vender parte del territorio para obtener el reconocimiento de Estados Unidos, el cual era indispensable para que el gobierno liberal existiera frente a la comunidad internacional. Con el reconocimiento estadounidense, los liberales se fortalecieron, tanto frente a sus opositores, como ante sus acreedores europeos. También mejoró su posición para buscar recursos con los prestamistas particulares norteamericanos y europeos… Se ha dicho, no sin razón, que pocos presidentes de México han obtenido tanto de Estados Unidos a cambio de tan poco. Finalmente los liberales ganaron la guerra y no vendieron territorio ni se ratificó el Tratado. Así es que Estados Unidos no recibió el beneficio que esperaba”. El Senado norteamericano nunca ratificó el Tratado y, por ende, nunca entró en vigor.

No es novedad lo que hoy día está pasando con el recién estrenado Gobierno de Trump, todo el tiempo los gobiernos estadounidenses de una forma u otra han ejercido presión sobre los gobiernos mexicanos para someterlos. Eternamente se han inmiscuido en nuestros asuntos domésticos, es un secreto a voces. Pero también hay una verdad indiscutible, en Estados Unidos sí hay contrapesos institucionales, uno de ellos es el Congreso, y quedó claro en el McLane-Ocampo. En México no, aquí todavía estamos a años luz de que la división de poderes opere como fue concebida.

Vamos a ver si Trump se atreve a ir contra el statu quo norteamericano, contra los enormes intereses que muchos de sus gobernados empresarios tienen en México. Los vecinos tienen mucho que perder con esta locura, sólo Trump con su arrogancia supina es incapaz de verlo. Esperemos también que Enrique Peña Nieto entienda de una vez por todas la responsabilidad que tiene en este impasse y empiece a comportarse como estadista y, sobre todo, como representante de los mexicanos.

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