¿Cuándo vamos a aprender a elegir? Para que un
político sea confiable, no basta con que tenga mucho verbo
Con
el advenimiento de los estados organizados con base en constituciones
políticas, los gobernantes quedaron sujetos a responsabilidad ante los
Parlamentos o los tribunales, por el ejercicio del poder. Así nació la
responsabilidad política jurídica. Esta suele ser evaluada y adjudicada con
fundamento en disposiciones específicas - como el impeachment anglosajón - y
ante autoridades pre determinadas, en un sistema presidencialista como el
nuestro, como el Congreso de la Unión o un tribunal, según sea el caso.
No
obstante, la responsabilidad política es también evaluada por los ciudadanos
cuando, asumiendo el papel de electores en un sistema democrático, valoran el
uso que los gobernantes han hecho del poder conferido. Un criterio que suele
emplearse para distinguir la responsabilidad estrictamente política, es aquel
que concierne a relaciones verticales de autoridad, es decir, la conducta de la
autoridad frente al gobernado subordinado. La responsabilidad política de quien
ocupa un puesto público estriba en que sus actos sean realizados de acuerdo con
una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos. La
responsabilidad es un VALOR, porque de ella dependen la estabilidad y
convivencia y el buen gobierno.
De
ahí la relevancia de que el servidor público tenga conciencia de que el
compromiso que adquirió tiene consecuencias, y por principio debe actuar
apegado a esto. Está obligado a hacer bien por lo que le pagan. Eso es actuar
con responsabilidad. La responsabilidad tiene un efecto directo con otro valor
fundamental: la confianza, porque se confía en aquellas personas que son
responsables. Entre la clase política, es muy común salirse por la tangente
para evitar la culpa, y tratándose de asuntos de rapiña y raterías, más. Nadie
se desvive por asumir la responsabilidad. Utilizar el poder que emana de la
soberanía popular para aprovecharse del mismo es una sinvergüenzada, es un
agravio que no debiera ser olvidado, ni disculpado bajo ningún concepto, por
los gobernados.
Ya
sabemos que las leyes en nuestro país se aplican de manera discrecional o de
plano no se aplican a este tipo de corruptos y trasgresores del orden
normativo. Tenemos claro que la impunidad los cobija, y derivado de esto el
grueso anda suelto y viviendo como sátrapa aquí mismo o en el extranjero, y
quien está en la cárcel, parece más un ajuste de cuentas o venganza, que
impartición de justicia, porque hay otros de la misma laya, y no los han tocado
ni con el pétalo de una rosa.
La
inmoralidad de este tipo de especímenes difunde un ejemplo negativo y produce
una desmoralización social que ha dañado severamente la credibilidad y la
confianza en los gobernantes, e impedido el fortalecimiento de las
instituciones. La semana pasada la revista Forbes dio cuenta en un listado de
los 10 políticos mexicanos más corruptos, ejemplo infausto de todo lo que un
político NO DEBE SER NI HACER.
Pero,
como dice el viejo adagio: “No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace
compadre”. ¿Cuándo vamos a aprender los mexicanos a elegir? Para que un político
sea confiable, no basta con que tenga mucho verbo, ni reparta besos y abrazos,
ni salga en espectaculares o en primeras planas, ni que sea experto legislador
o genio en x disciplina, ni siquiera el juicio debiera limitarse al ámbito
político, sino ir más allá, al conjunto de su persona, a qué clase de hombre o
mujer es en general, si responde más o menos al concepto del deber ser, es
decir, de lo que es ser buen padre o madre, buen vecino, buen profesional, buen
ciudadano. Cuando se contrata en la iniciativa privada a una persona, todos los
datos sobre su conducta son relevantes, con más razón tratándose de la elección
de alguien que va a decidir sobre nuestra vida, libertad, bienes y
derechos, eso que los romanos llamaban decorum, refiriéndose a la honestidad
no en este o en aquel ámbito, sino en el conjunto de su vida.
Ahí
está el listado de Forbes, lo publicaron en casi todos los periódicos del país,
revíselo. Indígnese, ya estuvo suave de que le vean la cara, no permita que
repitan el atraco. Las raterías y el cinismo de quienes ocupan un cargo público
deben ser castigadas con todo el rigor del repudio social, porque está visto
que de la ley se ríen y se carcajean. En Coahuila, sabemos de eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario