El agua debe de ser vida, no
muerte. A ver si nos enteramos y empezamos a guardarle respeto a la naturaleza
Culpar
a la naturaleza de las catástrofes que se producen cuando nos hace sentir la
magnitud de su fuerza inconmensurable, no es válido, porque en gran medida los
desastres que han sufrido diversas regiones de nuestro país, están relacionados
directamente con la acción humana. Los últimos días, la combinación del cambio
climático con la falta de previsión, la permisividad irresponsable de la
autoridad para que se habiten zonas de alto riesgo o el deterioro del entorno
natural generado por las alteraciones al suelo, dieron como resultado pérdida de
vidas humanas y cuantiosos daños materiales.
Sin
lugar a duda el grado de desarrollo se vincula estrechamente con la propensión
a padecer desastres naturales, y estos a quienes afectan con más rudeza es a
los más pobres, porque su vulnerabilidad está a flor de piel. Con esto no
quiero decir que al resto de la sociedad no le dañe, claro que les daña, pero
su capacidad para palear la hecatombe es mayor.
Toca
a los gobiernos privilegiar la implementación de estrategias para prevenir las
catástrofes naturales. El cambio climático NO ES UN MITO, está empeorando las
cosas, por eso es NECESARIO que haya una acción concertada, porque a lo que se
ve, los desastres naturales que vendrán serán más devastadores, pueden
convertirse hasta en una amenaza para la seguridad no solo nacional, sino
internacional. A más de que si no se previene su disminución, va a resultar más
difícil combatir la pobreza y la marginación que castiga a muchos mexicanos.
Los
desastres naturales tienen cuatro etapas: prevención, preparación, respuesta
inmediata y recuperación. Pero surgen cuestionamientos de que es más caro:
¿prevenir o recuperarse? Es cierto que el valor de pérdida de la propiedad en
países desarrollados es más alta que en los pobres, en términos
económicos, pero no debemos perder de vista que en aquellos en los que no
existe infraestructura, ni instrumentos o sistemas que coadyuven a hacerle
frente al desastre, la probabilidad de que el evento se convierta en calamidad,
pues no tiene nombre. De ahí, que por lo general, los países ricos opten por
invertir en prevención, como son, mejores prácticas, tener mapas de
peligrosidad y riesgo, estar al día en acceso a sistemas de alerta rápida, y
trabajar en la formación y sensibilización de su población para que entiendan
la magnitud de lo que puede evitarse si se cuida y se aprende a respetar el
medio ambiente.
Las
catástrofes naturales no pueden predecirse, no tiene discusión, entonces es
hora de que empecemos a cambiar nuestra forma de vida, porque eso sí está en
nuestras manos hacerlo. ¿Cuántos millones de mexicanos viven en lugares
proclives al desastre? ¿Cuántas situaciones extremas más tienen que padecerse
para que los gobiernos de los TRES NIVELES asuman su función con
responsabilidad y tomen a las personas como eje central de las políticas
urbanísticas y de planeación demográfica, y dejen de concebirlas como
instrumentos electoreros?
Sacarse
fotos y repartir abrazos y palmadas a los destinatarios de los embates de la
naturaleza en la zona arrasada NO RESUELVE NADA. Eso es mediático. Lo que se
requieren son hombres de estado comprometidos con la responsabilidad que les
encomendaron sus gobernados. ¿Cuánto va a costar la reconstrucción de lo que se
llevó el agua en el estado de Guerrero, que es el más dañado por “Ingrid” y
“Manuel”, y los producidos en todas las demás entidades federativas? ¿Y todo el
dolor de los que perdieron seres queridos, y la desazón y el desaliento de los
que se quedaron sin nada de lo que constituía su ya de por sí magro patrimonio?
El
agua debe de ser vida, no muerte. A ver si nos enteramos y empezamos a
guardarle respeto a la naturaleza, y sobre todo, enseñamos a nuestros hijos a
amarla y cuidarla. Es el colmo de la soberbia no entender su grandeza y el
tamaño de nuestra pequeñez.
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