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lunes, 30 de septiembre de 2013

Cuando el agua no es vida...




El agua debe de ser vida, no muerte. A ver si nos enteramos y empezamos a guardarle respeto a la naturaleza

Culpar a la naturaleza de las catástrofes que se producen cuando nos hace sentir la magnitud de su fuerza inconmensurable, no es válido, porque en gran medida los desastres que han sufrido diversas regiones de nuestro país, están relacionados directamente con la acción humana. Los últimos días, la combinación del cambio climático con la falta de previsión, la permisividad irresponsable de la autoridad para que se habiten zonas de alto riesgo o el deterioro del entorno natural generado por las alteraciones al suelo, dieron como resultado pérdida de vidas humanas y cuantiosos daños materiales.

Sin lugar a duda el grado de desarrollo se vincula estrechamente con la propensión a padecer desastres naturales, y estos a quienes afectan con más rudeza es a los más pobres, porque su vulnerabilidad está a flor de piel. Con esto no quiero decir que al resto de la sociedad no le dañe, claro que les daña, pero su capacidad para palear la hecatombe es mayor.

Toca a los gobiernos privilegiar la implementación de estrategias para prevenir las catástrofes naturales. El cambio climático NO ES UN MITO, está empeorando las cosas, por eso es NECESARIO que haya una acción concertada, porque a lo que se ve, los desastres naturales que vendrán serán más devastadores, pueden convertirse hasta en una amenaza para la seguridad no solo nacional, sino internacional. A más de que si no se previene su disminución, va a resultar más difícil combatir la pobreza y la marginación que castiga a muchos mexicanos.

Los desastres naturales tienen cuatro etapas: prevención, preparación, respuesta inmediata y recuperación. Pero surgen cuestionamientos de que es más caro: ¿prevenir o recuperarse? Es cierto que el valor de pérdida de la propiedad en países desarrollados es más alta  que en los pobres, en términos económicos, pero no debemos perder de vista que en aquellos en los que no existe infraestructura, ni instrumentos o sistemas que coadyuven a hacerle frente al desastre, la probabilidad de que el evento se convierta en calamidad, pues no tiene nombre. De ahí, que por lo general, los países ricos opten por invertir en prevención, como son, mejores prácticas, tener mapas de peligrosidad y riesgo, estar al día en acceso a sistemas de alerta rápida, y trabajar en la formación y sensibilización de su población para que entiendan la magnitud de lo que puede evitarse si se cuida y se aprende a respetar el medio ambiente.

Las catástrofes naturales no pueden predecirse, no tiene discusión, entonces es hora de que empecemos a cambiar nuestra forma de vida, porque eso sí está en nuestras manos hacerlo. ¿Cuántos millones de mexicanos viven en lugares proclives al desastre? ¿Cuántas situaciones extremas más tienen que padecerse para que los gobiernos de los TRES NIVELES asuman su función con responsabilidad y tomen a las personas como eje central de las políticas urbanísticas y de planeación demográfica, y dejen de concebirlas como instrumentos electoreros?

Sacarse fotos y repartir abrazos y palmadas a los destinatarios de los embates de la naturaleza en la zona arrasada NO RESUELVE NADA. Eso es mediático. Lo que se requieren son hombres de estado comprometidos con la responsabilidad que les encomendaron sus gobernados. ¿Cuánto va a costar la reconstrucción de lo que se llevó el agua en el estado de Guerrero, que es el más dañado por “Ingrid” y “Manuel”, y los producidos en todas las demás entidades federativas? ¿Y todo el dolor de los que perdieron seres queridos, y la desazón y el desaliento de los que se quedaron sin nada de lo que constituía su ya de por sí magro patrimonio?

El agua debe de ser vida, no muerte. A ver si nos enteramos y empezamos a guardarle respeto a la naturaleza, y sobre todo, enseñamos a nuestros hijos a amarla y cuidarla. Es el colmo de la soberbia no entender su grandeza y el tamaño de nuestra pequeñez.

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