11 de Octubre 2014
La zona de la montaña en Guerrero es uno de los sitios más pobres de nuestro País, es ofensiva la carencia de lo más elemental.
Guerrero,
Oaxaca, Michoacán y Chiapas, son cuatro entidades federativas del profundo sur
de nuestro País. ¿Qué tienen en común y desde siempre? La pobreza. Se trata de
una que muerde y no suelta, se trata de un muro que impide el acceso a la
satisfacción de necesidades básicas de un ser humano, como la alimentación, la
vivienda, la educación, la asistencia sanitaria o el acceso al agua potable, y
que incide en un desgaste estrujante del nivel y calidad de vida, de quien la
padece. Es un maldito cáncer que condena a millones de compatriotas a vivir por
debajo, pero muy por debajo de la línea de la dignidad. Ha generado desde
siempre problemas de fondo en el desarrollo de su población, en la calidad de
la democracia y la paz social.
La
zona de la montaña en Guerrero es uno de los sitios más pobres de nuestro País,
es ofensiva la carencia de lo más elemental. Ser pobre ahí es condena eterna,
es no tener ni la más remota de las oportunidades de dejar de serlo. Se nace y
se muere pobre. No sé si a usted, que hace favor de leerme, le ha tocado alguna
vez verla aposentada en un par de ojos enormes que le miran en un silencio tan
estremecedor que se convierte en grito. En Guerrero la vida es muy dura para
muchos de sus habitantes, subrayo, los de la zona de la montaña en la que está
enclavada la Normal Rural de Ayotzinapa, son de los más pobres entre los
pobres. Ayotzinapa pertenece al municipio de Tixtla, ahí el tiempo se
detuvo, pero el mal tiempo, el de la NADA ad perpetuam. La Normal nació en
1926, porque así lo dispuso la Secretaría de Educación Pública, en aquel entonces
bajo la directriz de Moisés Sáenz. La educación tenía que masificarse, de
acuerdo a las políticas sociales del México post revolucionario. Había que
formar maestros salidos de las mismas zonas a donde debían de ir a educar.
Además los recursos no eran muchos, así salía más barato. Ayotzinapa fue una de
esas normales.
La
Normal fue un faro de luz, en el más estricto sentido de lo que ser luz
significa. Le dio oportunidad a hijos de campesinos de prepararse para luego
preparar a otros, les ofreció la posibilidad de darle un giro a su existencia,
de construir un destino al que sus padres siempre les estuvo proscrito, porque
era inalcanzable soñar siquiera con otra forma de vida. No hablo de oídas,
tengo primos hermanos que se convirtieron en profesores, y ser profesor en los
50, en aquellas remotas rancherías era empezar a moverse en otro derrotero. Y
menciono los cincuentas porque fue la época en la que mis parientes se hicieron
profesores y los hermanos más pequeños siguieron la misma tradición, y eso
cambió su vida para siempre. Uno de mis primos es de la generación 56-62, adoro
oírlo, es un maestro a la antigua usanza. Yo era una niñita cuando él egresó de
Ayotzinapa. Se sentía orgulloso de lo que hacía, no sólo amaba su profesión, si
no que la respetaba. “Íbamos a la escuela a estudiar, no teníamos otro
propósito más que ese, teníamos hambre de ser mejores para hacer mejores a
otros. Recibíamos 4 pesos con 25 centavos para nuestros alimentos y 20 o 25
pesos al mes, según si era de cuatro o de cinco semanas, para nuestra
manutención. Me tocó recibir ofrecimientos de quienes querían levantarse contra
el gobierno en turno, de darme 10 pesos por entrarle al movimiento, pero nunca
acepté, ni aceptamos, porque lo único que queríamos era estudiar, recibirnos, y
salir a enseñar a otros”. No ha sido tersa la vida de la Normal, ya lo
estamos viendo hoy día. Entre sus egresados estuvieron Lucio Cabañas y Genaro
Vázquez, líderes guerrilleros de izquierda. Ambos están muertos, pero el
socialismo continúa siendo el sello emblemático de la escuela. “La escuela a la
que yo asistí —me cuenta mi primo —no tiene nada que ver con la de estos
tiempos”. Y tiene razón.
Salvo
Acapulco, Taxco y Zihuatanejo, el famoso triangulo del sol, como se le conoce
por su auge turístico, les permite tener a quienes poseen empleo derivado de
esta actividad, una economía distinta, pero el resto de la entidad sigue
sufriendo la embestida de los estragos de la marginación extrema. Guerrero es
tierra de nadie en muchos aspectos. Lo ocurrido en Iguala es resultado. Lo han gobernado
rateros, sinvergüenzas, vividores, DESDE SIEMPRE. Por eso la injusticia social
es signo distintivo de la entidad. Guerrero carga en su haber el peso de
muertes masivas que han quedado impunes. El asesinato de los copreros a plena
luz del día durante el periodo de Rubén Figueroa…y el otro, Aguas Blancas, con
el otro Figueroa. Los verdaderos culpables, prominentes miembros del sistema,
NO FUERON TOCADOS.
Si
hoy el Gobierno Federal no resuelve Ayotzinapa apegado estrictamente a la ley,
y contribuye como ya lo ha hecho en otras ocasiones, nomás a sumar a las
estadísticas de “crímenes perfectos” el asesinato de los jóvenes normalistas,
estará prendiéndole la mecha a un estallido social de proporciones
inimaginables. Hay una sociedad agraviada, dolida, con mucho miedo, pero
también con mucho coraje. Enrique Peña Nieto tiene hoy la oportunidad de actuar
como estadista, sin colores partidistas, nomás como presidente de los
mexicanos. Ojalá que se atreva a serlo y hacerlo.
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