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lunes, 24 de marzo de 2014

México en Paz

Esta semana, el jueves para ser precisa, celebramos en sesión solemne en el pleno de San Lázaro, el centenario del natalicio del poeta, ensayista, escritor y diplomático mexicano, Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz Lozano.
 
La obra de Paz es vasta en su riqueza literaria, no voy a abundar en ella, lo que me voy a permitir es invitarle a que entremos un instante en una de sus obras para vincularla con un ámbito que todo el tiempo, de una u otra manera, toco en mis reflexiones, traducida en una interrogante que me preocupa y ocupa, desde siempre: ¿Por qué a los mexicanos no nos interesa participar en los asuntos de nuestra comunidad? ¿Por qué es tan desoladoramente irrelevante para el grueso de esta población inmensa que somos, lo que acontezca en el seno del espacio en el que transcurre la cotidianeidad de nuestra existencia? Quedarse callado ante los problemas sociales es reacción que se repite. Esta actitud me pregunto ¿no nos hace parte del problema? Nos disgusta, por ejemplo, la insensibilidad e irresponsabilidad de nuestros representantes, pero ¿qué hacemos para que de perdida se enteren? ¿Por qué la conducta pasiva? ¿Por ignorancia? ¿Por dejadez? ¿O porque mientras sea tolerable, o nada más afecte a mi vecino, pasa? No solo estamos permitiendo que suceda, sin chistar, sino que estamos transmitiendo una herencia de apatía social a nuestros descendentes.
 
En “El laberinto de la soledad”, Octavio Paz nos comparte su visión muy puntual del mexicano, producto del fascinante análisis que hace del mismo a través de cada una de las etapas históricas más sobresalientes en las que se fue generando nuestra manera de ser, de sentir, de percibir el mundo del que somos parte actuante y viva, destacando el origen de un pueblo que surgió del mestizaje, producto sin duda de una mezcla en la que se entrelazaron la violencia y el sometimiento. Nos dice el maestro: “En todas sus dimensiones, de frente y de perfil, en su pasado y en su presente, el mexicano resulta un ser cargado de tradición que, acaso sin darse cuenta, actúa obedeciendo a la voz de la raza...”.
 
Octavio Paz hace un análisis de la psicología y actuar del mexicano, desde la conquista y la colonia, después en la Reforma, luego en el segundo movimiento armado, la Revolución y concluye en los años de la historia contemporánea en la que él mismo fue protagonista y testigo. Hace hincapié en que una vez consumada la Conquista, se quedó en medio de una soledad sobrecogedora, ninguneado por el conquistador que lo despojó de todo aquello en lo que un ser humano cree, y de lo que deriva su identidad. El hombre de a caballo, con cañones y pólvora que vino del otro lado del mar, al que confundió con Quetzalcóatl, lo puso de rodillas, le dijo que nada de lo que había sido servía, le impuso costumbres, lengua y religión distintos a las suyas. Y entonces empieza su agobio interior, bajó los brazos y sucumbió al embate.
 
El diagnóstico de Paz, según el escritor mexicano Enrique Serna “es duro y a veces cruel, pero no pesimista, pues viene acompañado de un llamado a la acción… En momentos de baja autoestima, una lectura ontológica del Laberinto podría contribuir a fomentar la apatía ciudadana, pues las dos actitudes que Paz sometió a crítica, la del chingón y la del agachado, mantienen una desoladora vigencia... El imperio de los chingones terminará cuando los agachados dejen de admirarlos, pero mientras tanto ambos bandos colaboran en la destrucción del país”. Hasta aquí Serna.
 
 “El imperio de los chingones…etc., etc.,…” ¿Qué tal? Entre chingones y agachados se siguen encargando de fastidiar… Que mezcla tan destructiva. Quizá eso conteste en parte la interrogante, explique la indiferencia de una población que opta por cerrar los ojos ante el abuso y entonces calla y calla y calla, a costa de sí misma.
 
Quédese con Paz, lea a Paz, encuéntrese en su prosa, es fascinante adentrarse en su Laberinto, es todo un retrato de nuestra mexicanidad.

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