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lunes, 29 de julio de 2013

¿A quién le importa?

Los jóvenes están hartos de la actitud y de la manera en que ejerce su ‘liderazgo’ la clase política

Con cariño, respeto y esperanza, a los jóvenes

Decía el destacado político y ensayista español, Gonzalo Fernández de la Mora que: “Un Estado no se valora por su semejanza con un prototipo presuntamente ideal, sino por su efectiva capacidad para mantener un orden progresivamente justo y próspero”.

Es interesante el concepto, y yo diría que muy objetivo, para calificar la actuación de quienes tienen a cargo que esto suceda, es decir, las personas a quienes les toca ejercer el poder. El otro día, una buena amiga que tengo y que dice las cosas a boca de jarro, me espetó unas así: el poder solo tienta a los inútiles y al final del día, la política es nomás un juego de poder que tiene como incentivo la ambición desmedida. Yo no generalizaría, pero en lo que sí estoy de acuerdo, es en que hay muchos especímenes que encajan en el tipo que han hecho de la política algo deleznable y que, llegados al cargo, hacen todo lo contrario a lo descrito por Fernández de la Mora.

Lo que predomina en el caldero son los largos —por sus alcances para jorobarse al prójimo— , los que les gusta vivir a costillas del presupuesto con el mínimo esfuerzo, los frescos acostumbrados a servirse —y con la cuchara grande— no a servir. Y son éstos los que gobiernan, los que hacen las leyes y los que imparten ¿¿¿??? justicia. ¿Sabe quiénes me han dicho esto? Los jóvenes, es lo que piensan los jóvenes. Y, ¿sabe qué?, tienen razón.

Esta es la perspectiva que tienen los muchachos de sus gobernantes. “Está del nabo —utilizó otra palabra, que no la escribo por altisonante— encontrar alguna noticia que le dé a uno esperanza sobre el mañana”. No le pongo, porque no me alcanzaría el espacio, todo el listado de adjetivos “descalificativos”, unos con sentido y otros sin él, que traducen el sentimiento generalizado de muchos muchachos entre los 15 y los 20 años.

Me duele, me sobrecoge el espíritu, que no encuentren indicios de “esperanza en el mañana”, y es que esto dicho por un muchacho, es devastador. Yo fui joven hace ya algunas décadas, pero nunca me sentí así, con ese desaliento interior, y me tocaron los tiempos del autoritarismo a ultranza, y “los de baja la cabeza cuando te estoy hablando”. “Es un asco como actúan muchos políticos, pero lo que da más asco es que no sientan vergüenza” —tiene 17 años la criatura que expresa esto. Si se fijan, hay muchos adultos que piensan que los muchachos son tan superficiales, que viven en otra galaxia, y que les importa un cacahuate lo que pasa a su derredor.

Están hartos de la actitud y de la manera en que ejerce su “liderazgo” la clase política. ¿Quién no? Aquí lo relevante es preguntarles, ¿y qué van a hacer para que esto cambie? Lo que decidan tendrá un impacto directo en su futuro, y no van a ser jóvenes hasta la consumación de los siglos.

Si quieren legitimidad en la política la van a tener que establecer desde las urnas, con la abstención no la van a conseguir. Una elección en nuestro País la gana el que saca más votos, sin importar que solo sean tres los electores. Si los muchachos con idearios y estrategias tan distintas como los tonos del arcoíris quieren realmente ser dueños de su mañana, van a tener que demostrar en los hechos que tienen fuerza y valía. Deben entender que la protesta es desgastante y estéril, en muchos casos, y por ello hay que involucrarse en el proceso, y no esperar hasta que nazca el niño.

Tienen —no es orden, es solicitud— que aprender a ser más padres de su porvenir y menos hijos de su pasado, y eso solo puede ser posible si se atreven a dejar barreras y a lanzarse al ruedo. Y es que quien no se esfuerza no gana.

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