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martes, 28 de mayo de 2013

Los retos de la educación contemporánea

Por Esther Quintana Salinas
 
Generar conciencia de las propias posibilidades y de los propios límites, es esencial para el desarrollo integral de las personas, y esto implica que escuela y familia lo construyan juntos ¿por qué? porque en las dos estructuras viven, respiran, existen, las personas a las que hay que formar y educar. Desarrollar metas y propósitos compartidos, no es fácil, sobre todo porque no estamos acostumbrados a ello, sin embargo, a partir del mandato constitucional, habrá que hacerlo. Transcribo el párrafo de la fracción III del 3ro. Constitucional: … el ejecutivo federal considerará la opinión de los gobiernos de las entidades federativas… así como de los diversos sectores sociales involucrados en la educación, en especial de los padres de familia, en los términos que la ley señale”.

La escuela tendrá que construir una oferta y estar pendiente de procesar las demandas de las familias, y atenderlas con profesionalismo y responsabilidad. También, conforme a la adición a la fracción XXV del 73 constitucional que: “asegurar el cumplimiento de los fines de la educación y su mejora continua en un marco de inclusión y diversidad”.

En el transitorio Quinto inciso a, se establece con claridad meridiana la relevancia de la participación de los padres de familia para que se involucren en la resolución de los retos que la escuela enfrenta. Y es que la escuela es un ente vivo, es un actor social relevante, inserto en la dinámica social, en los grandes procesos económicos y culturales, pero sobre todo, es generadora de VIDA COTIDIANA, con perspectiva histórica. Por ello resulta esencial su vinculación con los padres de familia y con la sociedad en general. La escuela no es un mundo aparte, es parte del mundo al que debe de servir.

La escuela tiene que reaprender a bien utilizar el poder que le da tener a su cargo la enseñanza que conlleva al desarrollo de las habilidades con las que la población debe atender sus desafíos. Si la mejora continua de la educación ha quedado priorizada en la reforma constitucional, y se subraya que tiene que ser educación con calidad, la evaluación a quienes la impartan tiene un rol relevante. No es posible pensar en calidad, sin hacer referencia a los procesos de evaluación y estos procesos tienen que estar alineados con las metas establecidas. La evaluación, siguiendo la definición del doctor en pedagogía Joaquín Gairín Sallán, catedrático de la Universidad de Barcelona, es un proceso reflexivo, sistemático y riguroso de indagación para la toma de decisiones sobre la realidad, que atiende a su contexto, considera global y cualitativamente las situaciones que la definen, considera tanto lo explícito como lo implícito y efectos secundarios y se rige por principios de utilidad, participación y ética.

Evaluar, bajo estos cánones, implica adentrarse en la complejidad de perspectiva de los diversos actores que participan en el proceso educativo, y también reconocer la entidad de cada uno de ellos para expresar suspuntos de vista. Evaluar, en palabras llanas, amerita asumir el compromiso con dicha complejidad y sobre todo, con las acciones que la hagan eficiente y objetiva.

La construcción de la escuela que necesitamos en este siglo, no es sólo responsabilidad de quienes trabajan en ella, también lo es de la sociedad a la que sirve, y de quienes estamos obligados, y aquí me refiero específicamente al Poder Legislativo, a proporcionarle los recursos que se necesitan para solventar el reto de su implementación, si no todo quedará en la inútil parafernalia de las intenciones, que no son más que discursos huecos de políticos amorcillados, de los que están hasta la ídem en nuestro país.

Educar requiere capacidad de compromiso, no son tiempos para agotarse en la protesta estéril, alimentada en la sordidez de intereses mezquinos. Le transcribo párrafos del discurso del Papa emérito Benedicto XVI, pronunciado en Cerdeña, ya que lo que nos agobia no es exclusivo de México, sino de la sociedad actual: “…los educadores han de ir por delante, convencidos de que la mejor inversión es educar a los hijos y a los ciudadanos; dispuestos a vencer la pereza para prepararse lo mejor posible con vistas a esta tarea; atesorando el coraje para despreciar el conformismo de quien piensa que todo está perdido…”

Para afrontar la “emergencia educativa” — subrayó Benedicto XVI en Cagliari— se necesitan educadores capaces de compartir lo que de bueno y verdadero hayan experimentado y profundizado en primera persona. No hay mejor definición de lo que es ser testigo, ni condición más necesaria para ser maestro.

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