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lunes, 18 de enero de 2016

Miénteme más…

Enero 16, 2016


No existe la carrera de “político”. En la academia se ofrece la licenciatura en Ciencias Políticas, pero esto no quiere decir que los políticos en turno hayan asistido necesariamente a la universidad para graduarse en el oficio. En consecuencia, político puede ser cualquiera, ni siquiera se demanda la mínima preparación ni experiencia, como sucede en otras profesiones. Ergo, la profesión de político es de las menos profesionales y también de las menos acreditadas, y sin embargo las filas para acceder a ella es ENORME.

¿Por qué entran tantos al gremio? ¿Por altruismo, por sumarse a la búsqueda del bien común y la implementación de la equidad y la justicia? Los innumerables casos de corrupción habidos en todas las organizaciones políticas no dan para contestar con un sí la interrogante. Todo lo contrario, pareciera que lo que “mueve” a muchos de los que acceden es para sacar tajada. Hay quienes la “sacan” tan grande que hasta se congestionan, pero también los hay de tajadas chiquitas que les van dando para vivir con comodidades, sin mucho esfuerzo de por medio y, de ribete, ni parece corrupción, por lo menos desde la perspectiva de la ley, aunque desde la ética, tendría sus asegunes. Además, este tipo de sinvergüenzas siempre se cobijan en otros, son nada más de firma, si los descubren son los  otros los que cargan con el fiambre.

¿En manos de quienes estamos? Es pregunta obligada. ¿De farsantes? ¿De pillos, de vividores? ¿Cuántos sí entran a la política con verdadera disposición de servir a su comunidad y se mantienen en ello durante el tiempo que dure su período o períodos? ¿Cuántos hay que se meten solo por lo que van a pergeñar? Estos últimos son los profesionales de la política que le han dado triste y deleznable fama. ¿Por qué no se ha hartado el mexicano de a pie -que es el grueso de la población- de tanto sinvergüenza y mentiroso, que ha vivido y sigue viviendo a sus costillas, y en la absoluta impunidad?

Hay un librito escrito en el siglo 18: “El Arte de la Mentira Política”, de John Arbuthnot, aunque dicen que el autor realmente es Jonathan Swift, el satírico y agudo político y escritor irlandés -cuyo libro más famoso es “Las Aventuras de Gulliver”- en el que se explica cómo engañar con “arte” al pueblo.

En el texto se apunta que al pueblo hay que engañarlo “por su propio bien”, porque no tiene derecho a la verdad política, ya que ésta se encuentra reservada para las élites. ¿Cómo la ve, estimado lector?  Arbuthnot explica que la mentira política es un arte sabio, por lo menos en su época. La describe como el arte de la mesura, del punto medio. Técnica “sutil” del escapismo, “elogio” de la justa medida. Destaca que la mayor virtud de la perfecta mentira en política es que sea verosímil, por ello debe mantener una cierta distancia con la verdad y jamás ser exagerada. O sea, se pondera la falacia para hacerla creíble. 

Otro de los preceptos sustantivos de la mentira política, a más de evitar exagerarla, estriba en sustraerla de una posible verificación, por ello hay que expresarla con ambigüedad, “engarzarla” en términos vagos para evitar contrastarla. Si usted se fija, en las declaraciones de los “profesionales”, se evitan las predicciones a corto plazo. 

El mayor problema se tiene cuando la mentira es descubierta y queda impune, y nadie se inmuta. Esto ocurre cuando la población ya se acostumbró a que le mientan y, por ende, lo asume como algo normal. Como sucede aquí, en Coahuila.

Hay responsabilidad en la aceptación de la mentira, pero también en su difusión, y esta última recae, en mucho, en los medios de comunicación que se venden para eso, y esto es añejo. 


En 1906 don Miguel de Unamuno expresaba que: “La mayor parte de la prensa es el órgano de la mentira, hija legítima de la cobardía. De la mentira política, de la mentira cultural, de la mentira religiosa, pero, sobre todo, de la mentira política”.
¡Salud!

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