El
jueves de esta semana los panistas tuvimos la oportunidad de disfrutar, sí, es
el verbo idóneo para describir lo que en el ánimo de quienes nos reunimos a
escuchar el debate entre Javier Corral y Ricardo Anaya, en la sede del Comité
Directivo Estatal del PAN, nos dejó, y lo digo, porque fue un sentimiento
generalizado, incluso hubo hasta euforia. Lo comparto con ustedes, generosos
lectores, porque es posible que les interese, toda vez que la elección que
tendremos el próximo 16 de agosto, incidirá en la vida nacional.
Están
compitiendo para ocupar la presidencia nacional de Acción Nacional, dos
panistas con prendas suficientes para dirigir al partido por los próximos tres
años. Son dos personalidades diferentes, con talante y trayectorias distintas,
que se han ganado un lugar en la historia contemporánea del PAN. He tenido la
oportunidad de convivir con ellos, más con uno que con el otro, pero al final
del día su desempeño me da elementos para referirme a ambos.
Le
puedo decir que ambos son hombres talentosos, muy estudiosos, y eso lo dejaron
bien claro en el debate. Su discurso es fluido y rico, tienen agilidad mental y
son de respuesta inmediata e ingeniosa; no es fácil, pero ellos dominan el arte
del buen decir. A ambos seguramente usted los habrá escuchado alguna vez.
Las
intervenciones aguerridas de Javier Corral en el Senado y en el INE encienden
ánimos y levantan polémica, es certero en sus expresiones, sus ataques van
directos a la yugular, y se pone, como decía mi madre, “de vuelta y media” a
sus oponentes. Javier es incendiario, casado con sus convicciones y con sus
ideas, no se anda por las ramas a la hora que hay que encarar a sus
adversarios. A Javier se le da nadar contra corriente, es más, lo disfruta. Se
fija objetivos y no ceja hasta alcanzarlos. Esta elección es todo un reto para
su ego. Es el retador en la contienda.
Ricardo
es “el joven maravilla” -fue el mote que le puso López Dóriga- dado su
desempeño en San Lázaro, porque es en ese escenario en el que despega su
meteórica carrera política; ya traía camino andado, pero sin la proyección que
le dio la Diputación federal.
Inició
como Subcoordinador de Asuntos Económicos del grupo parlamentario, con una
intensa actividad en diversas encomiendas para construir la ruta para las
reformas estructurales que nos llegaron en avalancha a la 62 Legislatura,
empezando por la laboral, vía iniciativa preferente -fue el estreno- enviada
por el presidente Felipe Calderón; era el puente con sus homólogos de la
bancada priísta. De su tesón y disciplina no me quedan duda. Se le dan el
diálogo y la construcción de acuerdos. El discurso de Ricardo es elegante, bien
hilado, sin estridencias. Mi amiga Laurita diría que es preciso y conciso. El
salto a la dirigencia nacional como pareja de Gustavo Madero en la Secretaría
General, no fue obra de la casualidad. El presidente necesitaba un perfil
joven, dinámico, novedoso, risueño, con facilidad de palabra y de trato con los
demás, que le diera luz a la grisura y listo para ser presidente en funciones
para cuando él pidiera licencia y se auto regalara una Diputación plurinominal
en el primer lugar de la lista. Y el elegido fue Ricardo. De vuelta a San
Lázaro, como Coordinador de la bancada. Fue breve su paso, pero muy ad hoc para
lo que seguía.
¿Quién
debe ser el presidente del PAN? Eso tendremos que determinarlo los panistas con
cabeza fría y corazón caliente. Que votemos en entera libertad y en congruencia
con lo que pensamos que conviene al partido, y que lo hagamos todos, legitimará
a quien resulte triunfador.
Del
ganador espero que tenga la inteligencia de ser incluyente y que no le permita
a la soberbia ninguna intromisión. Necesitamos unidad y armonía interior, si
logramos esto recuperaremos mucha de la confianza y la credibilidad ciudadanas
que fuimos perdiendo cuando se nos olvidó que el poder es transitorio y
empezamos a emular conductas y prácticas que antes señalábamos con dedo
flamígero como inaceptables. A ver si tenemos los arrestos.
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