21 de Febrero 2015
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La política y los
políticos son mirados con desdén, rechazados. Cuanto tenga que ver con la
actividad no goza de ninguna simpatía. Llueven los reclamos y las palabras y
frases altisonantes para referirse a todo ello. Hoy se exhiben a los cuatro
vientos las miserias y ruindades de quienes han hecho de la política algo
despreciable. Esta semana en lo particular el informe de la Auditoría
Superior de la Federación ha puesto al descubierto desvíos millonarios de
distintas instancias gubernamentales, apenas del 2013. Más mugre para retratar
la corrupción que impera en la República.
Está in crescendo
una especie de populismo mediático que colma las páginas de los diarios a lo
largo y ancho del país, y satura los noticieros televisivos y la radio. Y es
que político que no sale en las noticias no existe, según los cánones
establecidos. Aunque sea pura basura lo que de él o ella se diga. Y contribuyen
a ello los mismos políticos. El cruce de insultos y descalificaciones que se
recetan a diestra y siniestra es la comidilla de las columnas de los
informativos y de las redes sociales que circulan en Internet.
No es el rigor
argumentativo el que “vende”, sino la confrontación y el escándalo, y más si
proviene de miembros de un mismo partido político. Me dice un buen amigo
periodista que quienes nos dedicamos a la política la hemos “acorrientado”, “la
han vuelto chafa, parecen más integrantes de la farándula que políticos”. Expresión
textual.
“Han perdido
mesura, me recalca, se han abandonado en la liviandad”. Y tiene razón, esa
liviandad es mercancía de consumo inmediato, la paga el morbo de quien la
escucha para dar cuenta de quién hace tiritas a quién. Los editoriales y noticias
serias no son del gusto del grueso de los oyentes o de los lectores, lo que
cotiza son los chismes, los rumores esparcidos por “el fuego amigo” - así se
llama hoy la insidia - las grabaciones telefónicas robadas. Hablar pestes del
adversario fascina a quienes gustan de estas miserias. La decadencia planea en
nuestras cabezas, nos negamos a devolverle a la política su dignidad y su
prestancia, se privilegia el marketing y no las convicciones de quien la
concibe como el mejor instrumento para generar bien común. Hay una agonía
motivada por la voracidad de las élites y su rompimiento con los intereses de
la nación para dar paso a los de grupo, de burbuja, de personas. El dinero y
las posiciones son los que mandan y definen quién gana o quién pierde una elección,
se acabaron la trayectoria, el espíritu de tesón, la competencia en buena ley.
No hay principios éticos que vivir, ese “olvido” provocó la caída de Roma y
detonó revoluciones en 1789, y en casa las de 1810 y 1910.
Hay quienes viven
del desplome de los valores y son los que ocupan los sitios desde los que se
toman decisiones trascendentales para el presente y el futuro de un país. Todo
“se puede y sin consecuencias”.
¡OJO! es hora de
empezar a generar olas de indignación y denunciar el acoso de los mercaderes.
Es tiempo de aprender a diferenciar entre los sinvergüenzas y los probos. Tal
vez el punto clave está en darle vida al viejo dicho de que “el valiente vive
hasta que el cobarde quiere”, y que el miedo les empiece entrar hasta por los
talones a los “livianos”.
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