El fortalecimiento de la democracia
6 Febrero 2016
Hace unos días recibí un mensaje en el que me compartían que el gran
problema de nuestra mexicana democracia, es que el grueso de los
mexicanos no se siente políticamente representado, sino todo lo
contrario.
Discrepar en política no es solo inevitable, es necesario y conveniente.
El mundo es ideológicamente diverso y plural. No fuimos hechos en
serie, gracias a Dios. La democracia, entonces, demanda pluralidad para
expresarse y visualizarse, y algo más –requisito sine qua non–
respetarse. Por ende, los representantes de cada segmento de una
sociedad plural, han de ser respetados como portavoces de quienes
votaron por ellos. De no darse así, la democracia merma, se debilita, y
en su lugar se crecen la exclusión y el totalitarismo.
¿Y qué es respetar? El respeto se demuestra en las formas. De entrada,
las descalificaciones personales, no son la vía para exteriorizar las
discrepancias, sino la evidencia de la pobreza en argumentos. Tampoco se
expresa respeto cuando se recurre al menosprecio en la actitud o a la
arbitrariedad en la aplicación de la norma.
La democracia es mucho más que formas, sin que esto signifique que puede
dejar de ser formal, pero va más allá. La democracia tiene que dotar
esas formas de contenido y de proximidad social, porque esto la
enriquece, de ahí la relevancia de la participación ciudadana, de ahí la
importancia de la actividad de los partidos políticos, de las
organizaciones ciudadanas, y el diálogo como instrumento sine qua non
para abrirle la puerta a las palabras, a la discusión de ideas, de
exposición de diferencias y de coincidencias y de ahí al acuerdo que
construye y que enriquece la vida de la comuna.
Estamos en época de transformaciones, que mandatan nuevos
entendimientos, nuevos pactos, pero estos resultarán imposibles si el
que media es el insulto y la descalificación personal. Los pactos nacen
desde la discrepancia no desde la inquina. Los pactos parten de acuerdos
de quienes anteponen el respeto como común denominador. Las democracias
se consolidan desde esta perspectiva, bajo estos cánones, su
perdurabilidad se define así, no hay otra forma. Por eso mande quien
mande, o gane quien gane una contienda, la institucionalidad está
garantizada. Y cuando el escenario político es más complicado, es
precisamente cuando las formas deben cuidarse meticulosamente.
Hay millones de mexicanos que aman su patria, pero no se sienten
representados ni en los cabildos, ni en las gubernaturas, ni en la
Presidencia de la República, ni en los congresos, sean los locales o el
federal, abominan a los titulares, detestan cuanto tenga que ver con
política o gobierno, a los partidos políticos no los resisten y en la
debacle vuelven la vista a las candidaturas independientes buscando en
ellas la representación que no encuentra en los de siempre.
Sueñan con la unidad nacional y con la democracia porque reconocen en
ambos valores los ingredientes esenciales para ser nación. Pero las
injurias cotidianas con hechos y palabras a estos principios por parte
de los protagonistas en el ejercicio del poder público, la corrupción y
la impunidad rampantes, constituyen una avalancha que arrasa con
cualquier viso de credibilidad o de confianza. Y por supuesto que a toda
esta debacle contribuyen con largueza muchos medios de difusión pagados
exprofeso.
Pero el escollo mayor lo constituye la ausencia de un programa sencillo,
inteligente, que recoja los problemas actuales y ofrezca para ellos
soluciones claras y posibles. Solo cuando hay de esto se puede empezar a
resolverlos. No es con confusión o con oportunismo como se solventan
las dificultades. No se trata de hacer demagogia sino de salvaguardar
los derechos más elementales de la convivencia entre los mexicanos, que
hoy por hoy se los están llevando al abismo la vorágine de ambición y
voracidad de políticos frívolos, corruptos e irresponsables, que ocupan
los espacios en donde se toman las decisiones que hunden o salvan a una
nación.
Los partidos políticos necesitan regenerarse, es esencial que demuestren
madurez, que enseñen que tienen voluntad política, es decir, que son
capaces de pasar del enfrentamiento a la conciliación, y hacer del
diálogo, la tolerancia, la negociación y el acuerdo, un ejercicio que
acote el protagonismo irresponsable y la soberbia.
Estas son las prácticas que deben procurarse, porque son las que
fomentan la unidad, entendida no como unanimidad, sino como sentimiento
de pertenencia a un estado democrático que a todos ampara y que obliga a
participar, sin distinguir afiliación política o de cualquier otra
naturaleza, y sin excluir a nadie.
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